HURACANES
Y TERREMOTOS.
Septiembre,
ha sido un mes aciago. Trágico. Pero al mismo tiempo ha sido la
revolución del viento y el movimiento de la tierra lo que nos ha
revuelto y movido como ciudadanía.
Ha
permitido a una buena parte de la sociedad dejar su aletargamiento y
miedo; salir a las calles y hacerse presente y solidaria.
Y
eso da miedo, mucho miedo a las élites que regentean este país.
“Que tal y se le ocurre a esa misma sociedad echarnos a la calle,
darse cuenta de que no les hacemos falta.” Por
tanto, emprendieron inmediatamente una estrategia de control de daños
en dos vertientes: Militarizar y controlar las acciones de ayuda y
rescate, por un lado; y por
otro mediatizar y dispersar
lo más extensamente bulos.
La
militarización no sólo ha pretendido controlar las operaciones de
rescate y el acopio de ayudas, sino impedir el acceso de la
ciudadanía tanto a las zonas devastadas como al contacto directo con
otros ciudadanos, a fin de fortalecer la organización independiente.
Esta militarización se ha extendido a todos los ámbitos, hasta la
omnipresencia.
El
problema no es sólo el uso electoral de los recursos y acopios, lo
cual no es de extrañar en la clase política corrupta; ni tampoco el
uso de los mismos en publicidad y deducción de impuestos entre los
empresarios del país; sino en los jugosos negocios que derivarán de
estas tragedias. Negocio
desde el momento en que las ayudas son adquiridas en los grandes
supermercados. Con el pago de transportación y gasolina altamente
gravosos. Y es sólo el principio, pues viene el gran negocio de la
reconstrucción; el gran negocio electoral de los programas sociales
que lucrarán mucho mejor que con las tarjetas monex en la campaña
de Peña Nieto. Porque esta gente, no está viendo el presente, están
mirando a julio de 2018. Y no están mirando las casas caídas o las
vidas perdidas; están mirando el relleno de urnas o la caída
electoral del adversario. Y aquí caben todos los partidos y sus
candidatos, con sus paripés de procentajes de un dinero que no es
suyo.
Pero
la ciudadanía, aunque sin una organización más allá de la
tragedia, ha sido valiente y generosa. Y mientras más días pase
organizada, más temor provoca
en las élites. Sabe que esto puede descarrilar todo el entramado de
tecnología del miedo implementada. Todo ese andamiaje electoral que
hasta ahora ha servido como válvula de control de la participación
política.
Es
tiempo de que los huracanes y los terremotos miren para arriba. Que
sean barridas las élites corruptas, que tiemblen, que teman ¡QUE SE
VAYAN!