ADIOS A RAMONA
En estos días donde la participación política femenina en México ha sido vilipendiada por los conflictos palaciegos de Martha Sahagún, por la irascible cómplice de las represiones encarnadas en Elba Esther Gordillo, en que la mano corruptora de Rosario Robles traiciona a la emancipación femenina en aras de la pasión, en que se le escamotea su candidatura testimonial a Patricia Mercado, en que las calles del Distrito Federal son escenario de lo enfrentamientos de lideresas femeninas del ambulantaje y en donde mece la cuna la mano de la esposa de René Bejarano; surge la figura y la voz pristísima de la comandanta Ramona.
Mujer de físico pequeño y salud frágil, pero de gran estatura ética y revolucionaria. Ramona, quien izara el lábaro patrio en aquellos días aciagos de 1994, que rechazó las migajas del zedillismo argumentando que ella no luchaba por su propia salud, sino porque cada mujer tuviera acceso a los servicios médicos elementales. Ramona, la de la ley revolucionaria de las mujeres.
Ramona nos muestra que la lucha feminista tiene otros asideros que rompen con el snobismo de clase de muchas que diciéndose feministas sólo lo son para su propia clase y el mundo de la mujer indígena les es extraño, absurdo. Ramona nos enseñó que la lucha de las mujeres no se resuelve en colectivos y reuniones de café, sino a través de una transformación radical de las condiciones materiales de existencia.
La lucha de las mujeres, pero en particular la lucha de las mujeres indígenas es nuestra lucha, no podemos pensar en transformar este país sin cambiar las relaciones más antiguas de opresión y dominación entre hombres y mujeres. Ser de izquierda no empieza en la calle o en la manifestación, sino en romper con las estructuras de opresión que emanan de las relaciones intrapersonales de esos espacios que llamamos hogar y pareja.
Que la muerte de Ramona y de muchas mujeres anónimas pero que contribuyen a esta lucha, no quede en el olvido, pero sobre todo, que no sea en vano
