lunes, 28 de septiembre de 2009

Sobre la Conferencia de Noam Chomsky en la Sala Nezahualcoyotl

Chomsky inicia su disertación señalando que todo Estado tiene sus especialistas en apologética, a los que él denomina intelectuales. Pero dicha definición de intelectual sin adjetivos no distingue entre intelectuales funcionales al sistema y pensadores críticos antisistémicos. Pero aun más, Chomsky define a esta suerte de publicistas sólo en relación con el Estado, cuando lo que tenemos en la actualidad no son publicistas de Estado definiendo y defendiendo el orden económico, sino publicistas que representan los intereses de la burguesía nacional e internacional, para los cuáles el Estado es uno de los recursos publicitarios, pero no el único. Los “intelectuales” de televisa, no son apologetas del Estado, sino de los intereses y acciones de su empresa.

Seguidamente, Chomsky se nos presenta como el nuevo Adam Smith que como éste último también es un crítico del nuevo imperio norteamericano, pero al igual que este, no es un crítico del sistema capitalista en sí, sólo de sus excesos.

Luego pasa a señalar que los nuevos arquitectos del actual orden mundial no son los capitalistas fabriles y comerciantes, sino los financistas y las corporaciones. Pero esa es una dicotomía falsa, como si el modelo capitalista pudiese realmente separar a unos y otros. Pero esta ilusoria dicotomía es la clásica argumentación de la pequeña burguesía para mirar y encauzar las críticas y ataques hacia los “arquitectos financieros”, mientras los comerciantes y fabricantes continúan con la misma explotación a los obreros.

Chomsky pasa a recordarnos que el triunfo de Obama es producto de la mercadotecnia, y que las elecciones son parte del espectáculo, pero lo que nos oculta es su participación en las mismas a favor de los Verdes. Esa es la misma retórica lopezobradorista, que frente al fracaso del sistema electoral como instrumento de cambio, nos ofrecen su saneamiento. Para ellos el problema no es la existencia de los partidos políticos, ni el sistema electoral, sino el carácter antiético con que se gestionan las mismas. Reconoce que los candidatos son el resultado de la aprobación del gran capital, pero su solución no pasa por plantearse si el sistema electoral (producto del liberalismo) debe desaparecer, su solución es sanear el sistema y moralizar a los publirrelacionistas electorales A esto yo le denomino teología de mercado.

Otra de las deficiencias de Chomsky, es centrar sus críticas en las decisiones políticas del gobierno norteamericano y sus acciones expansionistas, pero sin referirlas a la lógica del modo de producción capitalista. De nueva cuenta, para él, el problema no es el capital, sino los modos “gansteriles del capital”, en esta parte de su mensaje encontramos de nueva cuenta una invocación a la ética. Es de igual forma que el centra la política en acciones de gobierno o de partidos, o de corporaciones; reduciendo así la participación ciudadana a la resistencia contra esas políticas, o al saneamiento del aparato gubernamental o a la corrección del rumbo de los partidos, pero no en las transformaciones o en el desmantelamiento del modo de producción capitalista. Esa estrategia de perfectibilidad del sistema, concentra la acción en las manifestaciones de dominación, no en las condiciones que hacen posible esa dominación. Eso lleva al desgaste a las organizaciones y acciones resistivas al centrar su objetivo en enfrentar al Estado y sus aparatos, en la lucha contra el “imperialismo yanqui” o la política exterior del gobierno de Bush, en la Casa Blanca y sus Lobbys, pero no en el Capital.

Chomsky pasa luego a mostrarnos el “momento unipolar”. Uno de los momentos teóricos más desgastante de la modernidad, es el discurso del mundo “bipolar” producido por la “guerra fría” y es desgastante porque nos presenta un mundo maniqueo, cuando en realidad lo que teníamos era un mundo hydra. ¿Qué distinguía a los Estados Totalitarios del bloque soviético de los Estados Totalitarios del bloque capitalista? Quizá en el número de muertos. Ambos proyectos se han centrado en la integración de lo que denominan humanidad al control del Estado y de sus aparatos. Esa misma dicotomía se repite en los discursos de la “derecha” y la “izquierda” electoral. Sólo que aquí, lo que los distingue no son sólo el número de muertos engendrados por uno y otro, sino el número de votos. Estas dicotomías son espejismos que nos hacen creer que puede haber una mejoría con respecto a los modos de ejercicio del poder. Ese es el discurso de los transitólogos a la democracia, o la “democracia abierta”. Es decir, independientemente del ganador de la guerra, las consecuencias serían las mismas. ¿O acaso la URSS no hubiera invadido a los países que consideraba dentro de su zona de influencia y seguridad? Estados Unidos hizo lo que todo ganador de una guerra hace, consolidar sus territorios, demostrar su poderío e invadir las zonas que considera propias de su control y parte de su estrategia de defensa. Y el no hacerlo, no les haría más o menos ético. Porque la cuestión del poder, no es un asunto de bondad, o de ética, es una cuestión de estrategia y de dominación. No existe el poder bondadoso, ni piadoso. No ha existido un mundo bipolar, sino un mundo hydra caracterizado por la racionalidad instrumental totalitaria, desde principios del siglo XX.

Desde su visión usacéntrica, Chomsky nos pasa hablar de la “guerra contra las drogas” y la cuestión de la “Sofistificación tecnológica en el tercer mundo”. Pero tanto las guerra de las drogas (o contra las drogas) como las estrategias de transferencias tecnológicas a los pueblos subdesarrollados, son propias del capitalismo, desde el siglo XVI, no es una modalidad propia de una potencia en particular, sino parte del repertorio de dominación y parte del lenguaje de colonización. Son las mismas estrategias utilizadas por los imperios Español y Británico. Nos parecen novedosas, sólo porque son aplicadas en modo expansivo a nuestras actuales naciones latinoamericanas. Tampoco son novedosos los discursos etnocéntricos con motivos belicistas (“la amenaza latina del narcotráfico”). Así que Chomsky nos presenta la cotidianeidad de la dominación y lanza una crítica estridente contra tales prácticas, pero no contra la dominación en sí. Lo que el mismo reconoce como un hecho histórico, nos lo presenta como novedad. Ahora bien, no es que tales estrategias belicistas de dominación no sean criticables o que no las rechazemos, o que a algunos les pudieran parecer deplorables. Pero ese es el mismo discurso de la pequeña burguesía y de la judería, es el rezo en el muro de las lamentaciones; es el discurso de las marchas “pacíficas” que sólo sirven para darles calmantes a la conciencia y sentir que se “hace algo” contra los “opresores”, para después envolver la manta y regresar a casa y al trabajo. Así que a la única alma ingenua que vemos aquí creyendo el discurso de la OTAN y después lamentándose por sus resultados, es la de Chomsky . Gorvachov, como gobernante de una potencia derrotada, sólo podía administrar el derrumbe y aceptar lo que le propusieran o prometieran, no por ingenuidad, sino por falta de capacidad para hacer cumplir acuerdos. No es que después apareciera una potencia “malvada” incumpliendo acuerdos, sino simplemente una potencia haciendo uso de su poder y midiendo su capacidad de acción. Obviamente, un imperio extenderá el uso de sus ejércitos y armamento hasta donde sus enemigos y socios le delimiten. Así que nada de asombrarnos de las acciones militares, el capital es una guerra permanente. El capitalismo nace y se sostiene como una economía de guerra, y si entonces guerra, también uso y perfeccionamiento de los ejércitos, el armamento y las técnicas de guerra; así como el uso de los mismos en otras tareas periféricas del Estado (soldados en seguridad, educación, servicio social, etc.) Pero no debemos confundir el “momento unipolar” de una potencia capitalista, con el capitalismo. Chomsky parecería esperar una respuesta autónoma de la Europa Occidental, o de la Rusia u otro país o conjunto de países, frente a la hegemonía estadounidense. Tales potencias opositoras se nos presentarían como “benefactoras”, sólo porque se oponen al imperio dominante, no porque presenten un proyecto alterno al capitalismo o a la modernidad. Así el análisis de Chomsky sobre los acontecimientos y acciones de la hegemonía estadounidense, son un listado de agravios, un recuento interesante de los daños, pero un recuento centrado en una nación y una identidad occidental y no en el modo de producción y explotación que lo genera.

En el recuento de los daños que realiza sobre Latinoamérica y particularmente en México, Chomsky, olvida que la asignación de productor de mano de obra barata y de generador de materias primas, no es una función que le hubiese designado Estados Unidos al “Sur”, sino una consecuencia directa de la expansión capitalista del Siglo XVI. Los Estados Unidos sólo vinieron a ocupar el lugar de las potencias capitalistas que le antecedieron, fue una recolonización, por lo que el TLC no debe de verse como una figura nueva, sino como una continuidad de la Encomienda y las Leyes de las Indias Occidentales implementadas por el imperio español. Sólo se dislocó el centro receptor de las ganancias. Así que la declaración de que esto es una “concepción que nadie cuestiona” es errónea, salvo que se refiera una vez más a su usacentrismo.

Posteriormente pasa a dar un resumen pormenorizado del TLC y sus consecuencias, así como de la política norteamerica hacia México desde entonces. Pero de nueva cuenta, se queda en el análisis y descalificación de la estrategia, y no de la estructura que las sostiene, remitiéndonos al “belicismo norteamericano” o la diplomacia hipócrita de Obama, pero reitero, esos datos, por demás conocidos, sin dejar por ello de ser interesantes, nos hacen perdernos en la crítica al belicismo, en la sonrisa traicionera de Obama, en sus posturas y decisiones, pero repito ¿Cuándo llega la crítica al modo de producción y no a las estrategias de aplicación del modo de producción? Esa es la misma retórica estridente de la “izquierda electoral” cuando, por ejemplo se opone a las estrategias privatizadoras o a las nuevas medidas impositivas, eso es cuestionar la hegemonía de quien ejerce el poderío, dejando intacto el escenario que hace posible ese poderío; porque en la lógica pequeño burguesa, se aspira a ocuparlo, no a desmantelarlo. Y lo mismo sucede con la lógica peticionista, por ejemplo, de algunos movimientos de “izquierda autónoma” como el zapatismo de San Andrés Larrainzar. Pedir a quien ejerce el poder que actúe ética y humanamente y que conceda derechos especiales puede ser una lucha plausible, pero bastante ingenua. Y lo mismo ocurre con quienes piden “voto por voto y casilla por casilla”.

Luego nos pasa a reiterar la cuestión de la guerra contra las drogas y nos revela lo obvio, que dicha guerra no es contra las drogas. Pero aquí Chomsky debería de recuperar la experiencia de la guerra del opio durante la hegemonía británica y aprender un poco de ella. En este caso particular, se requiere de una genealogía de la fetichitización de la droga, antes de recetarnos más prácticas de prevención, tratamiento y educación. Chomsky asume las bondades de dicho modelo de combate a las drogas sin considerar que dicho modelo es otra arista superestructural del sistema de dominación. Es decir, es como el caso del policía bueno y el policía malo al momento de torturar, pero al final ambos son policías. Así que Chomsky y sus lectores deberían de darle un repaso a la génesis de la clínica, la escuela y la psicología social preventiva.

Yo me cuestionaría la afirmación de que América Latina se está liberando del yugo. Lo que tenemos en América Latina es un reposicionamiento de las élites locales frente al gran capital, no un fenómeno de liberación. Las condiciones de dominación no han cambiado sensiblemente. Es cierto que encontramos proyectos alternos y resistivos a lo largo de nuestro continente, pero una buena parte de ellos son respuestas antimodernas que se pliegan bajo la continuidad de su propia tradición, y otros son demandas de inclusión al proyecto modernizador. Pero ambos fenómenos, no significan un proyecto liberador, sino mayormente resistivos, y con triunfos locales que no impactan seriamente a la reproducción capitalista. En el caso de las élites latinoamericanas, las mismas se reposicionan y anteponen a la dominación extranjera, sólo porque necesitan de ampliar sus propios espacios de dominación, y por eso adoptan un discurso “izquierdizante” (como el de Lula en Brasil o Chávez en Venezuela), mientras que otras optan directamente por el colaboracionismo, a fin de ser partícipes del reparto de las áreas a dominar y colonizar (como Calderón en México y Uribe en Colombia). De ahí que coinciden discursivamente en la necesidad de la “modernización” de sus naciones, pero difieren de la estrategia. Así que lo que denomina Chomsky como “liberación del yugo” es por un lado el reposicionamiento de las élites locales nacionalistas, y por el otro, movimientos resistivos muy localizados y sin mayor impacto que la testimonial ética.

Por ello, al final de su mensaje, nos presenta más un deseo esperanzador, que una realidad.

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