Los medios de enajenación y control discursivo pretenden ver el asunto como una cuestión de "control". La solución ofrecida pasa por mayor militarización, mayores desplazamientos territoriales y mayor manejo de acciones que reproduzcan el terror y la inamovilidad no solo resistiva y organizativa.
El asunto se presenta como una cuestión de corrupción de partidos, como si el PRD fuera ajeno al estado mexicano o como si el narcoestado fuera un asunto contingente y no estructural.
Nos presentan a Tlatlaya y Ayotzinapa como si fueran aislados de los acontecimientos recientes en
Atenco, las acciones paramilitares que derivaron en el asesinato de "Galeano" en Chiapas, el desmantelamiento de las autodefensas en Michoacán, la aprehensión de los lideres Yaquis, las represiones estudiantiles en otras partes del país y así un largo etcétera.
No obstante, la respuesta ciudadana mayormente ha sido discursiva y focalizada, con recurrentes marchas y reclamos, que tienen poco impacto contra el avance del neoliberalismo militarista.
A su vez, las guerrillas guerrerenses, también hacen un llamado a la inmediatez, al centrar su estrategia en la persecución de las mafias narcopoliticas, dejando intactas las razones reales que han originado esta etapa de terror.
La autodefensa debe de dar paso a la autonomía como forma más amplia de organización y no sólo de resistencia. Pero también debe quedar claro que sólo se puede ser autónomo teniendo elementos que permitan efectivamente defenderse. Las guerras no se resisten con discursos y marchas. Al terror solo se le puede confrontar con autonomía.
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