Virgen y demonio.

Lo conocí en una reunión familiar. Se llama Raúl Morales. Fanfarrón e impetuoso. No había mejor cantante, ni mejor político que él. En eso de elecciones se las "sabía de todas todas"
-Verá. Me decía.
-Yo he estado con el PRI y con el PRD, pero por alguna extraña circunstancia, no han salido las cosas como debiera, pero ahora sí, ahora sí me toca. Yo soy un hombre de mucha capacidad, de coraje y con gran poder de convencimiento... le veo muy escéptico, pero ¿sabe? yo tengo la capacidad para convencerle de sumarse a la campaña del licenciado Del Río Virgen. El licenciado lo sabe, sabe que depende de mí, porque yo sí conozco la idiosincracia del papanteco.
Sus manos se mostraban ansiosas, mientras me hablaba de las bondades de su candidato y de votar por Convergencia. A su lado estaba Ruth, quien aspiraba a una regiduria. Era todo festividad y triunfalismo.
Esas manos ansiosas reflejaban algo más que expresividad, era la ansiedad de la resaca. Raúl es un alcohólico.
Durante la campaña, fue más manifiesto su alcoholismo, pero también su misoginia. Mientras del Río Virgen apoyaba su campaña mayoritariamente en un séquito de mujeres, Raúl las despreciaba. Pero a diferencia de otras, Ruth soportaba estoica sus insultos. Ruth es esa clase de mujeres dispuestas a tolerar la violencia masculina en aras de migajas de aprecio.
Era la feria de Corpus Christi, el lugar lleno y Raúl gritando a una de sus colaboras -¡ey estúpida... pendeja, haz las cosas como yo digo...! La gente miraba asorada al representante del partido naranja.
Amonestado, Raúl hizo más patente su odio a quien decía era su candidato. Ya sabía que tanto amor, era más bien ese tipo de odio que Judás tenía mientras besaba al Cristo. Odiaba a don José Manuel del Río Virgen por ser él el de los reflectores, los aplausos, los agradecimientos, y Raúl quería eso mismo para él.
La suerte ya estaba echada. Tenía acceso a los datos de la estructura electoral y territorial de la campaña de Del Río Virgen, y esa información, generaría dinero y gloria y poder; o eso creía él.
Tres días antes, con la información en manos del PRI, fue a las comunidades, con los votantes a quienes les habían llegado las ayudas de Del Río y les pidió su credencial a cambio de $200.00 a $500.00 . Usted pensará que es poco, pero para un "jefe de familia" significa tener alcohol seguro durante una semana; o si "ama de casa" la despensa de sus hijos.
Simplemente no bajaron a votar.
Del Río, quien ya tenía suficiente con las traiciones de los perredistas que se habían sumado con su estructura a la campaña de Martin Rizo, del PAN, con los candados impuestos desde el Centro, y con la piedra de molino que fue la campaña de Dante, simplemente se hundió.
En la última reunión Raúl le diría a Del Río Virgen, mientras le increpaba tardíamente su traición: "... Y sabe una cosa ¡Yo si soy de aquí!
¡Yo si soy de aquí! lema de campaña de Jesús Cienfuegos, del PRI, frase que sintetiza la xenofobia de buena parte de los papantecos.
Virgen, pero sin milagros, Del Río, pero sin capacidad de apagar los cien fuegos en billetes de su contrincante. La Papantla de siempre, sin dignidad, que prefiere las bolsitas, las gorras, las despensas y las láminas aderezadas con monedas, al compromiso de cambiar.
Raúl ese que quería convencerme de votar y creer en su candidato se ha convertido en el demonio que ve en sus delirios tremens. Armado con una pistola, amenaza ahora con conseguir la "regiduría que le corresponde".
Raúl, a diferencia del Judas neotestamentario, que traicionó a Jesús, se convirtió en el seguidor secreto del Jesús papanteco y en traidor de la Virgen que lo había parido como uno de sus coordinadores de campaña.
Y aquí termina la andadura del candidato maniatado que quiso ser presidente municipal por segunda vez en la región, que hizo su amigo a quien sintetizó las frustraciones y modos de los ladinos papantecos. En la medida que José Manuel del Río Virgen conozca más el corazón de Raúl, sabrá porque Papantla no votó por él y prefirió seguir bajo el yugo priísta de siempre. Ciertamente Raúl sí conocía la idiosincracia del papanteco.