Los movimientos sociales en México tuvieron  su climax mediático en dos mil seis, para después fenecer en el  autosacrificio resistivo. Me refiero tanto a los  movimientos en su  vertiente electoral como  en su vertiente protestataria contra las  políticas gubernamentales. En el primer caso, porque los movimientos  electorales han sido incapaces de transformar las funciones y el modo de  operar del aparato político; en tanto que los segundos sólo han sido  capaces de establecer demandas, pero no formas eficientes de  alternativas antisistémicas; por lo que terminan constituyéndose en  irritaciones susceptibles de ser tematizadas por el sistema, a la vez  que excluye a sus proponentes.
El  estado actual de los movimientos sociales nos ofrece la visión de un  campo desolado, de dientes de león dispersos por el viento, como el  sonido de hojas susurrantes que crujen bajo la bota militar.
Algunos líderes de los movimientos  antisistémicos miran como opción la gestoría de dádivas y pequeñas  prebendas como consolación en medio de la derrota. Otros, intentan  insertar sus movimientos en las nuevas estructuras  propagantistico-electorales. Otras más vuelven a su viejo manual  marxista en busca de una nueva revelación teleológica y hermenéutica que  explique el acontecer actual.
Lejos  de incrementarse, tales movimientos viven en la incertidumbre de su  permanencia futura, la apelación al fantasma de la sociedad civil, a  quien idealizaron y le otorgaron metapoderes casi divinos de  transformación social, cual nuevo dios redentor, el cual se ha  desmoronado ante la indiferencia y la protesta de escritorio. La  sociedad civil ha resultado la principal trampa semántica, que ha  permitido tanto detonar el desencanto, como el realizar una tremendo  inversión de esfuerzos y desgastes al convocar y tratar de movilizar  algo que no existe, o que dada su polisemia, no puede servir como punto  de partida para una teoría y una praxis, ya no de un proyecto   de  liberación, sino de resistencia.
En  tanto, el sistema se ha abocado a recuperar el discurso resistivo y  adaptarlo a su lenguaje de reproducción; dando lugar a espectáculos  oximorónicos como el de autoridades civiles realizando marchas y  protestas a favor de mayores condiciones de seguridad pública.
La absorción de tales discursos resistivos  se encuentra ahora en fase de mercantilización de los mismos.
De esta forma, el sistema ha adoptado el  lenguaje de la resistencia, utilizando el mismo señuelo del discurso de  la sociedad civil, para realizar campañas que fortalezcan la visión y  las estructuras de control. Así, se habla de "Consejos Ciudadanos", de  "Participación Social" de "Empresas Socialmente responsables" de  "Organizaciones Civiles"; confundiendo y dividiendo a los seguidores de  movimientos sociales;  y, permitiendo con ello, identificar a grupos más  radicales a fin de aplicar con ellos políticas de control más directas.  El mayor ejemplo de la utilización de dicha estrategia es la plena  inclusión del Partido de la Revolución Democrática en le discurso de la  "Nueva Izquierda"  o "izquierda civilizada".
Otras formas de aniquilamiento de los  movimientos sociales es el de despolizarlos, presentando sus temáticas  como fenómenos aislados de otros procesos y prácticas sociales. De esta  forma, tópicos tales como las demandas de "seguridad" de "mejores  empleos" o de "mejoras sociales"  se presentan obviando las  contradicciones y genealogías históricas y dialécticas que les han dado  lugar.
El sistema, también ha  optado por una mayor centralización de la toma de decisiones, reduciendo  sensiblemente o definitivamente desapareciendo cualquier otro espacio  de discusión y de accionar político que no sea sistémico. Para ello, han  terminado de cooptar a la mayoría de los movimientos de resistencia  electoral dentro del engranaje de validación práctica del fraude  continuo; en tanto que al mismo tiempo otros movimientos sociales, ante  la imposibilidad de racionalizar o seguir resistiendo el avance de las  élites, han preferido como única modalidad de resistencia el  aislamiento, lo que los hace en la práctica, un problema menos.
Considero, que tales fracasos se deben a   la falta de una pedagogía de la ciudadanía. En lugar, de esperar que el  fantasma de la sociedad civil emerja, es necesario tener un programa  revolucionario que se construya desde el devenir de las necesidades  propias de los sujetos y no desde la visión redentora de paraísos por  venir. en estrategias que se dirijan a soluciones de problemas  inmediatos y a la construcción de formas de organización más simples y  más móviles, conscientes de que la sociedad civil no tiene los poderes y  capacidades que se le han depositado; y que, lo que es más, no existe,  por lo que no se puede usar como categoría organizativa, ni mucho menos,  revolucionaria.
 
 
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